Cuando estaba en el
instituto, mis padres me llevaron a Pompeya.
Al principio me
fascinó la sensación de caminar por una ciudad antigua, pero de repente me
asusté.
Me di cuenta que estaba caminando por un lugar real, en el que había
vivido gente de verdad. Gente como yo, con madre y padre y vida y esperanzas y
sueños… y todo había desaparecido para siempre.
Corrí hacia mi padre,
llorando, y se lo conté. Y recuerdo con claridad lo que me dijo: “Sí, pero
nosotros estamos aquí. Mientas haya gente en la calle, el pasado no habrá
desaparecido”.
Alex.
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